sábado, 21 de mayo de 2011

Mi juego

Lo mejor de mi vida empezó cuando aprendí a pronunciar su nombre con acento corregido y muchas sílabas menos.
Lo mejor de mi vida terminó cuando ella pensó que su vida era lo único que yo debía comer y beber, lastimosamente lo intenté.

Una de esas tardes, en las que mi habitación retumbaba con la voz de Thom Yorke mientras ella bailaba desnuda sobre mi cama, descubrí que la amaba y aunque sonaba incoherente decirlo, las mentiras siempre pusieron mi piel de gallina. No era del todo cierto, mis antiguos amores nunca fueron historias reales, hubo mucho de autoestima y agitación adolescente en cada cuerpo que toqué. Lo que si fue cierto es que alguna vez decidí subirme a la cama con ella, besarle, mentirle y amarla con mi ser, con mi alma y con eso que se llama pasión.
Esa tarde, nuestro silencio sexual se tornó romántico y lo curioso fue que la incomodidad cotidiana a decirle la verdad me hizo amarla tal cual. Los siguientes minutos con los ojos cerrados pensé qué tanto significaría para ella, qué  tanto le importaría olvidarme con el pasar del tiempo y qué tantas cosas abandonaría debajo de mi cama los próximos días.


Después de aquel momento, muchas fotografías que guardaba entre libros, muchas cartas viejas que escondía en mi guitarra y muchas otras reliquias fueron olvidadas. Quizás sigan ahí, con el mismo nombre y apellido, con el mismo peinado y la misma falda a cuadros; sin embargo, no es necesario traerlas al presente.

Aquel día, quizás debí dejar mis lentes en casa, debí acomodarme el cabello hacia la derecha, sentarme de costado y prestar atención al ruido de sus labios; pero fue difícil, su cuerpo desnudo era un concierto en primera fila, no había marcha atrás, el juego había comenzado...