miércoles, 23 de mayo de 2012

Fiesta

Tarde, muy tarde. Lo suficiente para necesitar un foco encendido, velas o un cigarrillo. Sus piernas abiertas de par en par y sus ojos apuntando a los míos, esta vez me decían algo más que mentiras. De madrugada siempre pensé mejor y también con algo de sentido. Luego del sexo, llegaba la fiesta. Unas copas de vodka para ella y un poco de indie para mí.  Un analgésico para la resaca y a seguir bailando, en el medio de todos, sin zapatos y abrazado de los amigos; ella mirándome y haciendo callar mi locura, tan extrema como siempre. Siempre locales grandes, techos altos, poca luz y mucha droga. Pronto ella se unía al grupo y ensuciaba sus zapatos de colores con el alcohol chorreado en el piso, movía las caderas al ritmo de quién sabe qué cosa y opacaba mi nirvana interno.  Lo siguiente era más sexo, más palabras sin sentido y muchas mentiras. Ella con otros y yo en el piso, sólo reía con otras. Fiestas que nunca acababan, fiestas de verdad, con historias que llevamos en las venas y amores ocultos en la ropa interior. Cuando ella me devolvía la mirada era sinónimo de que debíamos partir, el final de la fiesta, el beso de buenas noches y muchas chicas en el auto. Todos juntos hasta la mañana siguiente, como almas en el purgatorio que esperan el perdón, como las silabas, uno tras otro. Ella a mi lado, un beso en la mejilla, ajena para todos. Ella que siempre tuvo el poder de hacer que todo esté bien y yo que todo siempre lo tuvo que joder. En la fiesta, no importa lo que quiera, sólo cuenta qué tanto desee olvidar; con ella, jamas quise olvidar algo, aunque hoy poco recuerde.