miércoles, 12 de julio de 2017

Nido de abejas

Sueño oculto.
Día abstracto,
Como las nubes en verano,
Presentes sin quererlo.

El dios olvidó la tortura.
Sus labios rojos.
Sortijas en la frente
Y dos astros iluminados.

No pretendo amar lo invisible.
Perturba mis oídos con su silencio.
Soy dueño de su dolor
Y esclavo de mi pasión negada.

Abejas en la casa,
Hoy las moscas están de vacaciones.

lunes, 3 de julio de 2017

Mi peor pesadilla.

"Me invitas a pasar a tus ojos".

Hace varias noches soñaba lo mismo.
Ambos viviendo historias entrelazadas, odiando los mismos momentos. 
Con menos años que hoy, creyéndome dueño del mundo. Queriendo conquistar sus ojos todos los días. Soñando con su sonrisa incluso cuando se molestaba.
Escribiendo cartas al vacío con el ánimo de que mis letras se conozcan entre sí y reproduzcan sentimientos absurdos, como la mayor parte de mi vida.

Yo tuve la culpa. Nueva York cambió mis planes.
Juntos nos creímos invencibles. Los años pasan y quedan heridas irreparables que a nadie le gusta reconocer.
En mis sueños ella era tierna, era cercana al pecado y al lado incoherente de mi vida. A mis amigos, a mis fiestas descontroladas que nadie podía recordar por exceso de alcohol. 

Yo tuve la culpa. 
Mi peor pesadilla era dejar nuestra historia en el olvido y traerla al presente con una sonrisa al hablar con mis amigos. Con el pasar de los días empezar a escribir nuevas páginas y encontrar amores que conseguían reparar cualquier dolor. Amores que sabían escuchar todas mis mentiras y recordarme cómo duele quedar en el olvido. 
Esa era mi peor pesadilla y se repetía todas las noches.
Y se repetiría hasta que decida dormir en otra dirección, con otro aroma. 

Cuántas noches habré deseado no conocerla y ser dueño de labios ajenos, borrar nuestra historia para reemplazarla con besos extraños. Pero no fue así. Intentamos una y otra vez porque nos prometimos amor eterno que solo existe en canciones de The Beatles, si es que existen esas canciones.
Ella era mi peor pesadilla. Amor que llega para acabar algún día. Uno sabe que sucederá, insiste en no darse cuenta. Lucha por causas perdidas. Canta canciones escritas en papel borrador. Llora lágrimas con sabor amargo. Nuevamente se vuelve a enamorar y recuerda nuevamente amores ajenos. 
La vida es un espiral inacabable. Sin sentido. Como una canción de cuna. Como mis noches en Nueva York. Como su mirada. Como ella y yo. Como mis pesadillas. 





domingo, 18 de junio de 2017

Ella

Una mañana la conocí.
Recuerdo muchos momentos de aquel día. Cuando la vi pasar. Cuando vi su primera sonrisa. Cuando me acerqué a saludar. Cuando me pidió que la filmara. Cuando iba a la impresora y la empezaba a mirar de reojo.
Siempre los primeros días son así. No sabes quién es. Mueres por descubrirlo. Y empiezas a darte cuenta de todos los puntos que conectan sus vidas.
Quizás empezaba a ser evidente. Más de una persona me lo dijo. “Oye, no a cualquiera miras con esos ojos”. Sí, tenían razón. No a cualquiera.
Empezaron meses de mucha complicidad. De varias historias que conocimos y que sin alejarnos, marcaban distancia entre los dos. Había confianza. Y más de una vez, minutos divertidos que podría recordar una y otra vez. Conversaciones y miradas ocultas después del almuerzo. Risas y café al paso cuando terminaba el día. Para la suerte del destino, otras historias terminaron con el tiempo.
Llegó el día en que pudimos ser uno. Mirarnos a los ojos y decirnos las cosas sin necesidad de frenar. Iniciaron semanas de felicidad interminable, que por algún motivo parecería un sueño.
Sucedieron muchas cosas con el tiempo. Viajes, accidentes, bajadas de batería, playa, cenas, muchas primeras veces, largas conversaciones y descubrir cómo se siente amar. Eso último no estaba planificado. Llegó sin saludar y para quedarse. Para motivar a lo bueno de mí a despertar y prometernos que las noches siempre debían terminar bien.
Alguna vez nos hicimos daño. Infinitas veces nos dimos amor. Descubrimos mil formas de disfrutar con pasión y empecé a escribir una historia sin página final.
Al poco tiempo nos comprometimos. Juramos ir rápido porque nos hacía felices. A eso lo bautizamos como “all in”. Muchos pensaban que corríamos y en verdad lo hacíamos, pero no nos importaba los demás. Porque ambos lo teníamos claro. Los días no pasan en vano. Hacen que el amor se acumule y se sienta mejor. Ese siempre fue el mejor ingrediente.
Viajamos muchas veces en nuestro afán de conocer el mundo. De llenar nuestros pasaportes y nuestro álbum de fotos. Las noches con ella eran interminables, pero sufríamos al separarnos. Hasta que decidimos casarnos. Dejamos de contar los meses y recortamos fechas para estar por fin juntos. Seguimos corriendo, como siempre. Dijimos sí y nos prometimos nunca dejar de soñar. Lo mejor estaba por llegar. Y llegó rápido. Fueron dos días diferentes. En menos de dos años éramos cuatro. Inseparables. Nos encantaba jugar en el piso. Reír en el parque. Hacer un campamento en la sala. Disfrazarnos y pintarnos las caras.
Descubrí que ser feliz era una decisión. Felizmente la encontré a ella en el mejor momento. Y me convencí que su amor era el complemento que necesitaba mi vida. Que lo mejor llegaría con el pasar de los días. Y si alguna vez las tardes eran grises, ambos encontraríamos los colores para pintar el arcoiris.
Nunca dejar de soñar. Nunca frenarse. Siempre querer más. Con ella a mi lado, no existe el punto final…

martes, 24 de enero de 2017

Believe

Pasaron muchos años para volverla a ver.
Aquella vez, ella tenía un pañuelo en el cuello y el cabello recortado.
Las cejas pobladas y los labios rojos.
La reconocí por su sonrisa y evité su mirada.
Por suerte vi tenía los audífonos puestos, como siempre. Probablemente escuchando reggae a todo volumen.
Recuerdo lo mucho que aprendí sobre ese género a su lado.
Ella caminaba, apurada. Como quien quiere ganarle al reloj. Y pensar que fui yo quien siempre quería correr más rápido que la vida.

Los años no pasan en vano. Las canas se asomaron pronto en mi cabeza. En la suya aún quedaban algunos cabellos de colores.
Dejé que se aleje y una vez más me detuve.
Quizás mi gran error fue no creer. Nunca he creído en algo. Incluso no estoy seguro si alguna vez me tuve fe.
Sus pasos quedaron grabados en la vereda, húmeda por la lluvia de invierno.
Sonreí mirando al cielo y recordando nuestra historia.
Aunque la canción termine, siempre es bueno repetirla mil veces, sobre todo cuando fue la mejor de todo el disco.