domingo, 21 de octubre de 2012

Cinco caminos para morir

Fix you

Salimos a cenar, era viernes, era mi segundo matrimonio. Camino al restaurante nos preguntamos sobre cómo estuvo el día, sobre esas cosas que suceden y se olvidan a la mañana siguiente. Todos los viernes cenábamos, era una costumbre que iniciamos luego de casarnos. No lo hice en mi primer matrimonio por mi adicción al trabajo, al póker y a las carreras de caballos. Cenábamos pastas, carnes o comida japonesa, pero nunca bebíamos; aquel día lo hicimos. Pedimos una botella de vino para ablandar el paladar y contarnos historias pasadas. Ella inició con los cuentos de cuando era aún quinceañera, yo continué con mi teatro de Romeo y Julieta. Los viernes eran días que terminaban siempre bien, con ella en la cama, cansados luego de hacer el amor, contando los lunares de su cuerpo que conocía de memoria y preguntándome justo antes de dormir por qué no logré triunfar en mi primer matrimonio. Era un viernes cualquiera, empezó con el gimnasio, desayunando camino a la oficina, pasándome un par de luces rojas, llegando tarde al trabajo, mirando la computadora todo el día, discutiendo en reuniones, pensando en mis hijos, pensando en mi esposa, pensando en mi ex esposa. Era un viernes cualquiera, decidimos que ir al restaurante más cercano sería conveniente porque ella andaba muy cansada. No fueron pastas, carnes, ni comida japonesa y bebimos como nunca lo hacíamos. Luego de las historias pasadas pasamos por los romances prohibidos y terminamos con los deseos ocultos. No era la primera vez que nuestra tertulia matrimonial duraba tanto, su cansancio desvaneció y sus ganas por escuchar sobre mi ex esposa dieron un paso adelante. Fue una mala idea. No era viernes trece, pero era viernes y pedimos una segunda botella de vino. Mi historia con mi ex esposa era muy corta, lo único que queda son mis hijos, que además están ahora lejos de mí, con ella. Es una historia corta, pero verdadera. Luego de terminar la segunda botella pedí la cuenta. Fuimos por el auto. Había una gran luna llena sobre nosotros, aún veía sólo una, era un síntoma de que todo estaba en su lugar. Íbamos de regreso a casa, ella decidió encender la radio. Sonaba "fix you". Me miró y me dijo: Es un perfecto día para morir. Lo era, estando juntos podía serlo. Sentí que su mirada guardaba amor y odio, llevaba rencor, melancolía y misterio. Me convenció de que era un día perfecto para morir. Justo antes de que termine la canción repetimos juntos la última estrofa: "Lights will guide you home, and ignite your bones and I will try to fix you". Eso fue lo último que escuché de ella. Pisé el acelerador, cerré los ojos y juntos, llevamos nuestro amor al más allá.

All these things that I've done

Nunca me gustó viajar de madrugada, mucho menos cuando sabía que el vuelo demoraría casi cinco horas. Me recomendaron algunas pastillas para dormir, siempre dije que las raciones debían ser dobles así que tomé varias. La turbulencia me cogía de las pelotas cada minuto y aunque tenía el cerebro lleno de ansiolíticos, sentí que había un zoológico en mis oídos. Después de varios intentos logré dormir, aún faltaban varias horas para aterrizar. Soñé con mis viejos amigos, aquellos con los que compartíamos todo lo que no se debe compartir. Soñé con ellos y con nuestras aventuras, incluso traje de vuelta historias que había borrado por obligación. Dormido se puede hacer todo. Una vez intentamos juntos suicidarnos, era un reto, quien sea el último en morir habría ganado la apuesta y podría disfrutarla por los siguientes segundos de agonía. Era interesante, cinco personas buscando morir sin ninguna razón, o quizás sí, el único motivo lo llevábamos dentro, en nuestros corazones torpes, avergonzados por nuestra juventud. Seguía en el avión aunque aquel sueño me transportó a un lugar oculto, un lugar que yo mismo había escondido en mi subconsciente. La turbulencia logró que el sueño sea más real. El suicidio estaba prohibido entre nosotros, debíamos compartir todo, menos la muerte. Las reglas se rompen, aquella vez la rompimos. Compramos muchas pastillas, todas juntas nos llevarían tan lejos como ninguna sola podría llevarnos. Mezclamos los colores hasta cada uno tener más de un arco-iris sobre la lengua, bebimos una botella de alcohol y enviamos la droga muy dentro de cada uno. Los minutos pasaron, eramos cinco y pronto fuimos cuatro. Uno de nosotros se durmió y no podía despertar. Los suicidios con sobredosis de este tipo suelen ser traumáticos. Esta vez lo era porque nuestro reto empezaba a parecer estúpido y aunque queríamos dar un paso al costado, no había camino de regreso. Estábamos en la playa, los cinco tirados en la arena, luego de una hora de mirar al cielo y escuchar las olas del mar sólo eramos tres los que vivíamos. Aún no perdía, debía ganar, ese era el reto. Nuestros cuerpos no respondían a lo que queríamos hacer, debíamos irnos, la tarde empezaba a alejarse y con ella también uno de los tres que quedábamos. Adiós amigos "drugos" pensaba, era parte de un azar que nunca entendí. Era de noche y habían cinco cuerpos sobre la arena, tres eran cadáveres. A lo lejos escuché gritos, sirenas de ambulancia o bomberos, o quién sabe qué. No tenía fuerzas, sólo cerré los ojos, aún escuchaba a mi alrededor. Sentí que me llevaban a otro lado, que mis grandes compañeros venían conmigo. Aún no ganaba, escuché a lo lejos: "Aún hay dos con vida". Tuve lástima, me sentía muy débil, pero debía ganar. La turbulencia volvió y esta vez con más fuerza e intensidad. Desperté y con una docena de ansiolíticos corriendo en mi sangre traje a mí aquel recuerdo. Estuvo tan lejano. Me costó traerlo de regreso. Aquel día gané el reto, fui el único sobreviviente, alguien a lo lejos vio nuestros cuerpos y llamó una ambulancia. Nos llevaron con mucha prisa, sólo dos vivíamos hasta ese momento. Mis otros tres amigos debían esperar la llegada de la policía y el fiscal. Llegamos al hospital, a mí y a mi compañero nos entubaron, hicieron todo lo posible para que expulsemos las pastillas que tragamos, era imposible, o bueno, así lo fue para mi buen amigo. Yo en cambio, logré vivir. Gané el reto, es injusto, fue estúpido. Acabo de recordar que odio viajar en avión, más cuando es de madrugada. Pero la docena de ansiolíticos que tomé me ayudará. Me hará perder o de repente ganar. No lo sé. Seguía en el avión, me puse los audífonos y sonaba "all these things that i've done". No es un buen día para ganar.


Born slippy

Llega el día en el que uno despierta con ganas de sentir todo al mismo tiempo. Felicidad, tristeza, dolor, pasión, culpa, miedo, calor, optimismo, tranquilidad, esperanza, interés, ilusión,  odio, admiración, seguridad, cariño, satisfacción, lealtad, nostalgia, egocentrismo, amargura, desaliento, pena, egoísmo, ansiedad, vergüenza, aburrimiento, nerviosismo, amor, soberbia, superioridad, desaliento, fastidio y ambición. En los últimos diez segundos antes de morir, se mezcla lo bueno y lo malo. No es bueno mezclar acontecimientos, tampoco relacionar sentimientos. Eso nos lleva al colapso total. minutos antes había probado por primera vez una dósis de heroína. No recuerdo dónde estaba, pero mi cuerpo tembló por completó y traje a mí la intro de "born slippy". Pensé que no importa lo que haga. Importa lo que sea. No importa lo que tenga, importa lo que sienta. Era lo último. No había más. Lo había hecho todo, lo era todo, lo tenía todo y lo sentía todo. Dije adiós y vi los ángeles llevarme. Se acabó el cuento, se acabó la vida. No hay vuelta atrás.


Chasing cars

Alguna vez estuve enamorado de una pintora. Ella lo sabía. No era necesario evitarlo. Nunca le escribí una canción. Nunca le confesé que eran ciertas las historias sobre nosotros. Sobre mí y sobre ella. Cuando recuerdo esas épocas vienen a mí tantos errores, como los de haber cultivado nada dentro de mí y haber perdido el tiempo creyendo en circunstancias que no valían la pena. 
Alguna vez estuve enamorado de una abogada. Ella lo sabía. No pude evitar que se entere. Era abogada en el bufete que contrató mi mejor amigo para demandarme. Peleé con ella en más de una oportunidad, reclamé mi parte en la empresa que con mi gran amigo creamos. Ella obviamente me odiaba. Es tonto recordarla, hablamos muchas veces en el juzgado. Nos vimos inclusive en un par de bares. Al poco tiempo, perdí el juicio y mi fiel amigo se casó con ella. Me invitó a su boda. Yo estaba en la banca rota, en la quiebra. No fui. Le envié de regalo un disco, uno en dónde estaba "chasing cars". 
Alguna vez estuve enamorado de una poeta. Una escritora sin remedio. Una niña extraña, con rasgos de perfecta amante. Ella también lo sabía. Sí, soy un perfecto tonto cuando se trata de ocultar lo que siento. Escribía en un diario conocido. Era redactora de noticias de actualidad. Vivía a dos cuadras de mi casa. Cuando la visitaba, me recibía con una blusa larga hasta sus rodillas, sin nada debajo, unas botas grandes sin pasadores, labios rojos y con el cabello recogido. Era perfecta. Tenía poemas pegados hasta en la refrigeradora. Mi empresa, de aquella época, se encargaba de publicitar sus libros y su imagen. Me encantaba visitarla. Luego de algunos meses y varios desamores, todos culpables de su gran poesía, decidió quitarse la vida dentro de su tina. Aún no entiendo cómo fue. 
Alguna vez estuve enamorado de una fotógrafa. Ella lo sabía y se burlaba. Era lesbiana. Un día confesó que si por alguna razón debía elegir un hombre para pasar el resto de su vida, ése sería yo. Nunca sucedió. Hoy está casada, adoptó dos perros porque la ley no le permite tener niños. Aún nos vemos, le gusta tomar fotos de la vista que tengo en el departamento. Serán las últimas fotos, en unos meses tendré que venderlo. Sigo en banca rota.
Alguna vez estuve enamorado. Siempre ellas lo supieron. Es parte de la realidad. Es parte de lo que uno quiere lograr. Estoy seguro que no me olvidarán. Hace unos minutos recibí un presente por mi cumpleaños. Me lo enviaba mi gran mejor amigo y su esposa abogada. El regalo era una caja y una carta. Dentro el disco donde suena "chasing cars". No abrí la carta hasta escuchar cada palabra de la canción. Conforme pasaron los segundos pronuncié lentamente lo que decía en la carta: "Nunca te olvidaremos". Inmediatamente dejé de existir.

God

No soy dios. No existe ningún dios. No tengo por qué pensar en uno. Si escucho mi interior es suficiente. Me gusta demasiado cerrar lo ojos y dejar pasar los segundos sin pensar en nada. Que el tiempo se lleve nuestra vida. Porque es inevitable perderla, así como es inevitable conseguir la muerte. Quizás algún día eso pueda cambiar. Mientras tanto, sólo sé que no soy dios y que me encantaría morir escuchando "god". Cerraré los ojos y los segundos huirán.
Mi sueño ha terminado.