martes, 21 de octubre de 2008

Velada Número veinte

Andaba un poco desesperado. Cerré la puerta y avancé mirando paranóicamente a mi alrededor, balbuceé un par de holas a quien se me cruzaba por el camino. Entré al baño y me tiré un poco de agua en la cara. No era yo, lo notaba por el espejo. Quizá hice ese gesto de dolor al darme cuenta que sangraba por dentro. Mis sueños son los mismos de siempre. Me fui a la cama, prendí la televisión y sólo podía escuchar ruídos distorsionados; mi vista opaca completamente confundía mi pensar. Por momentos no razonaba. Las circustancias se enredaban con los recuerdos y probablemente yo haya sido un esclavo negro en el pasado, lo digo por el infaltable blues que sonaba a lo lejos. Mi plegaria no se la lleva un dios. Aún andaba delirando al borde de la cama. Encendí el computador y algo aturdido mencioné su nombre un par de veces. Antes de cometer estupideces pensé en que era mejor prepararme una taza de café bien cargado. Como diría la abuela de Vicentico: "Aquel que no corre, vuela". Pues estoy seguro que en ese momento lo que menos hice fue correr. Pero ese viento maldito me golpeó. Satanás gritaba. Y ella me fue a recoger, blanca como siempre. Y caminaba y se moría por mí. Los golpes de la vida.
Agarré un papel y un lapicero para escribir algunas tonteras, las cuales quién diablos sabe dónde están... Se extraviaron en el fondo de mi retina aquel día en dónde mis pupilas dilatadas hicieron que mi memoria de tarde sea más frágil que de costumbre. Por favor, perdóname... estoy seguro que anduve ahí. Y pensar que nos sentamos juntos alguna vez.. y eras tú y sólo tú.. y mi interés por nada de ti. Ando tan solo como un perdigón nocturno buscando qué comer. Estoy seguro que pronto veré tu rostro nuevamente en el espejo. Esta vez no voy a perdonarte.