sábado, 23 de enero de 2010

Dos pájaros de un tiro

"Era tan simple. Salir, escapar, gritar y golpearnos un poco. Muchas veces nadé entre tus mentiras buscando algo de consuelo, confieso que me he sentido sólo de vez en cuando, sobretodo en las noches en las que tu nombre está atado de letras en cursiva, sin importancia, con mucha incertidumbre."

Llamé a mis amigos, les dije que era buena idea ir a beber, tenía ganas de perder el conocimiento. Me dijeron que estaba loco, que de seguro uno de mis tantos amores me había dejado o que yo lo había hecho. Me pidieron que me calme, que no balbucee cosas sin sentido y no repita nombres innecesarios. Finalmente ellos no lo sabían, nunca lo hubieran entendido. Eramos solamente tú y yo quienes escondimos nuestro secreto entre las sábanas.
Me fui sólo a buscar algo de alcohol para creerme el todopoderoso una vez más. Era tan irónico, la noche anterior estuve a punto de matarme, aún andaba dopado.
Bebí demasiado, era de noche; mil estrellas en el cielo y dos camino por seguir. Pensaba ir de vuelta a mi casa y dormir, hacerlo ebrio es bastante excitante, sobretodo cuando el miedo a no despertar te carcome diariamente. Sin embargo, decidí coger el rumbo más arriesgado. Ir por más, fui a buscarla y aunque estaba seguro de que ella no estaría, tenía que comprobar en mi inconsciencia el fatal incidente.
Caminé varias cuadras hasta su casa, pensaba en el tiempo, en lo abstracto de la vida, en lo incoloro y lo bella que te veías parada sobre la cama en ropa interior. Sonaban canciones inapropiadas en mis oídos, sentía calor en todo el cuerpo. Los días a lo largo de mi vida me hicieron entender que olvidar muchas veces es el mejor camino y sólo se debe tener presente lo que queda escrito en libretos.
Llegué, toqué la puerta. Entré y había mucha gente. Me sentí avergonzado, el alcohol se iba de mi cerebro con cada paso que daba. Sentía un aroma a resentimiento, a dolor y a remordimiento.
Hay noches púrpuras, que guardan caricaturas sobre las paredes y situaciones incomodas debajo de nuestra piel. Que suenan a Chopin de madrugada y nos hacen creer que somos dioses del pasado.
Ella no estaba, no estaba más conmigo. Se fue, se fue por siempre, afortunadamente nos despedimos. Recuerdo que la abracé y mirándola a los ojos dije que no todo es eterno y que dormir nos hace felices. Que cuando vuelva seremos felices y si nunca sucede, yo le daré el alcance. Debimos partir juntos, debió ser todo distinto, debí pensar en ella.
Algún día lo intentaré nuevamente, quizás ésta noche, quizás mientras duerma, quizás todo el tiempo. No lo sé, no lo sé.