Un día la invité a salir. Le dije que sería bueno que andara conmigo, de esa forma se sentiría importante y lograría ser mejor. Se río, practicamente se burló de mis palabras; sin embargo aceptó. Fuimos a la playa, a conversar, a tirar piedras al mar y hacernos algunas preguntas. En un principio mi timidez me había poseído por completo, siempre me ha sido difícil tomar el control, al menos la primera media hora. Pero, conforme las olas se hacían más grandes, yo me acercaba más y contestaba a sus interrogantes sin ninguna doble intención. No había mucho sol, realmente hacía frío. Ella me miró fijamente, como yo acostumbraba a mirarla y me dijo: "Ven, vamos a meternos "... Obviamente que no lo iba a hacer, como lo imaginaba, estaba loca. Me paré, le seguí el juego; ella se río y me dijo que había notado mis miradas, que estaba segura cuan deterrido me tenía y que no le importaba las idioteces que salían de mi boca al hablar. Me llevó hacia la orilla, con sus pies me salpicó gotas de agua combinadas con arena, me hizo tropezar con las pequeñas olas y finalmente caer y terminar empapado. Me sentí un tonto, uno de esos que olvidan su nombre para nunca ser presentados. Me levanté y exprimiendo mi ropa balbuceé algunas palabras sin sentido. Estaba molesto, desiilucionado. No soporto cuando buscan tomar el control, esta vez no fue la excepción. Di la vuelta y me fui.