domingo, 29 de noviembre de 2009

Entre letras y jardines

Suena a coincidencia, yo lo sé. Te miraba mientras dormías y pensaba en cerrar los ojos unas cuantas horas también.

Cerré la puerta, empezaste a cantar entonada como siempre y jugueteando conmigo me miraste mientras sacabas un cigarro de tu bolsillo. Te ayudé a encenderlo, nos volvimos a mirar, sonreí y te dije que era mejor así. No te pude olvidar, tú lo sabes; han pasado varios años y aún estás presente. Recuerdo tus risas desde el segundo piso y tus pijamas amarillas, nuestros juegos en el sofá y tu estúpido sentido del placer, mis lentes azules y tus dientes de colores.

Hoy simplemente no soy yo, me perdí buscándote en tu silencio, en las tardes de temor frente a los demás y nuestras noches en secreto. Eres la única que supo lo mucho que detesto andar de la mano con alguien, comprarnos regalos el primer mes y decir que estamos juntos intentando amarnos diariamente. Fuiste parte de locuras impredecibles, en cuartos llenos de cuadros hippies, en mi auto coreando algo de Gospel, caminando sin zapatos por la playa y con verguenza entre las piernas.

Vuelven tus llamadas, yo contesto y pregunto dónde estás, sé que aún todo es igual, sé que nunca voy a cambiar. Sé que no podré olvidarte y sé que te tengo también. Pero bueno, buscaré tus canciones en el ropero, debajo de la cama y entre mis palabras de mañana. Me he dado cuenta de que eres tú quien tiene la culpa de nuestro inconfundible adiós.

Viviría para ésto, siempre te lo repetí, nunca te importó, nunca. Sólo cojo mis maletas y sé que es momento de partir, me he puesto los audífonos en los oídos reventando en decibeles, la mochila en la espalda, lentes oscuros, manos en los bolsillos. No sonará nada más, nada más sobre ti, sobre nosotros, ya apagué el celular, no te volveré a llamar.